miércoles, 9 de julio de 2008

Que hable Núñez.

Han tenido que transcurrir varios años para que algunos/muchos hayan descubierto al verdadero Laporta. Al Laporta auténtico/sin maquillaje/sin careta. Al Laporta real y no aquel que en un momento de euforia fue catalogado de "Kennedy catalán". Un falso espejismo. El Laporta verdadero era (es) aquel que fue expulsado del colegio de los maristas de Sant Joan. El Laporta que se pasaba horas y horas en la terraza de una cafetería de la calle Villarroel, esquina Buenos Aires. El Laporta que no se sabía muy bien de qué y de quién vivía. El Laporta que enredó a unos cuantos para que se sumaran a la plataforma del Elefant Blau y acabaran con el reinado de Josep Lluís Núñez. Eso sí, siempre de la mano de su inseparable Johan Cruyff, el holandés que más ha exprimido las arcas del club. El ex futbolista y ex entrenador mejor pagado en la historia del club. Vivió del montalismo, traicionó a Ferrán Ariño, apoyó la candidatura de Núñez, se convirtió en el abanderado del Grupo de Opinión, dejó en la estacada a Sixte Cambra para convertirse -de nuevo- en la apuesta electoral de Núñez, hasta que sus ansias de poder, su ambición sin límites, su falta de escrúpulos a la hora de cargarse un equipo para dar entrada a toda su familia, acabó como el rosario de la aurora, para terminar haciendo las paces con el Gaspart ya presidente. Intentó regresar con la candidatura de Bassat, hasta que le vieron venir y acabó uniéndose incondicionalmente a Joan Laporta, pensando que con su amigo de turno iba a hacer y deshacerse a su antojo en el Barça. Con lo que no contaba Cruyff era que Sandro Rosell iba a ser y ejercer de vicepresidente deportivo y que iba a poner a raya al holandés. "El presidente quiere que te escuche, yo te escucho, y punto. Pero la responsabilidad es mía y no es tuya".

Ahí, comenzaron los primeros problemas. Cuando Rosell se negó en redondo al fichaje de la Tripe A (Ayala, Albelda y Aimar). El entonces vice deportivo estaba dispuesto a hacer una excepción: fichar al defensa Ayala. El único. Pero el Valencia no quiso y si quería era pagando el oro y el moro. Ahí comenzó el distanciamiento de Cruyff hacia Rosell y paralelamente el de Laporta con Rosell, aunque en aquel momento no se atrevía a enfrentarse a Rosell porque le necesitaba y mucho. Primero, porque la presencia de Rosell era una garantía deportiva, una garantía comercial y tenía las llaves de las puertas de los principales mandamases del planeta fútbol y deportivo. Dónde no llegaba Laporta, que entonces no llegaba a ningún sitio, llegaba Rosell que fue quien le fue presentando uno a uno a todos.

El teórico agradecimiento de Laporta a Rosell se convirtió, de la noche a la mañana, en envidia, en celos. En celos de hombre que es -dicen- lo que peor puede suceder a una persona. Laporta, además, pésimamente aconsejado por sí mismo, por Cruyff, por algunos directivos y por algún ambicioso vicepresidente que hoy aspira a suceder a Laporta, fueron distanciando/distanciando las relaciones entre el exitoso vicepresidente deportivo y el ya trastocado presidente. A todo ello, se añadió la falta de democracia y transparecencia en el seno de la directiva, en el cisma que armó en las secciones, unas secciones que nada le importaban, ni le siguen importando aunque se hayan convertido en un pozo sin fondo.

Paralelamente a los acontecimientos, el ego, la vanidad, la chulería, la propotencia de JL iba en aumento, hasta que Sandro Rosell y un grupo de directivos (Bartomeu, el doctor Monés, Moix, Faus), los más coherentes con el proyecto inicial decidieron cesar.

Antes habían sucedido otras muchas más cosas. Entre ellas, el empeño de Laporta por no aclarar la situación económica real heredada de Gaspart; el incremento de personal y gastos que se estaban originando en una etapa de austeridad. Todo ésto no les gustaba a los dimisionarios y por eso se marcharon.

Laporta cometió un grave error: hacer caso a los que se quedaban y dejar marchar a los que se fueron. Un brutal error. Además, entre los disidentes, no habían aspiraciones sucesorias. Sandro Rosell no aspiraba a nada más que a hacer bien su cometido y que el Barça funcionara. Su sueño no era ser presidente del Barça. Su sueño era servir al Barça.

Ésto nunca lo supo ver a Laporta que prefirió la no sinceridad de los que le adulaban a la sinceridad de los que no tenían más miras y pretensiones que los éxitos del club, del Barça. Laporta, o no lo quiso ver, o no le interesó verlo, porque de esta manera, sin la presencia de los únicos directivos que llamaban las cosas por su nombre, se sentiría más libre para hacer y deshacer a su antojo, sin que nadie le tosiera.

Desde la marcha de aquel grupo inicial nadie/nadie/nadie ha sido capaz de levantar la voz en las juntas directivas, todos han dicho amen/amen/amen a todas las decisiones y caprichos presidenciales. Han permitido la desgobernabilidad del club. Han permitido (y hasta fomentado) el caprichismo del vestuario. Desde entonces, todo ha sido un caos, tapado por los éxitos deportivos iniciales.

A Laporta hoy le quedan unos cuantos fieles y otros que sólo les preocupa su ambición personal. Son una banda de derrotados. La única voz que sale en su defensa es la de Joan Gaspart, otro de los grandes farsantes del barcelonismo. Que Gaspart no esté callado, que a Gaspart no le cierren la boca, es otra de las verguenzas y desverguenzas del barcelonismo. Que además se dedique a dar lecciones de lo que se debe hacer o no hacer, es uno de los mayores escándalos que puede vivir el barcelonismo.

Aquí, con defectos y virtudes, el único ex presidente que tiene facultad y prestigio para opinar es Josep Lluís Núñez, cuyos servicios al frente de la presidencia han servido para enriquecer/enriquecer el patrimonio del club y dejar una herencia económica, comercial y patrimonial de la que han vivido y dilapidado sus sucesores.

Lo que el club necesita no es que hable Gaspart, lo que necesita el club es que Núñez se decida a hablar y lo haga extensamente. Tiene facultad, prestigio y honestidad para hacerlo y si lo hiciera ahora le rendiría de nuevo un gran servicio a la entidad. Es más: en este momento de desconcierto, de inestabilidad, de ingobernabilidad, sería bueno y saludable que un presidente que no utilizó coches de lujo con cargo al club, que no utilizó aviones privados para uso particulares, que se pagaba las comidas de su propio bolsillo, en definitiva un hombre que no hizo otra cosa que llenar la caja del club, se pronunciara en estos momentos de tinieblas y de aptitudes que recuerdan más al fascismo que al patriotismo.