Hace unos días escribí que el Fútbol Club Barcelona no ha tenido suerte, en general, con los jugadores argentinos. Sobre todo, con los más grandes. Y cité los casos de Florencio Caffaratti, de Alfredo Di Stéfano y de Diego Armando Maradona. Decía que Lionel Messi podía (y tenía) que romper ese maleficio histórico. Y esperamos que lo rompa, a pesar de las contínuas lesiones musculares que le afectan.
He visto pocas veces a un futbolista desplomarse en un terreno de juego y echarse a llorar. Los he visto por lances del propio partido. Recuerdo al guardameta Vitor Baía derrumbarse en un Barça-Atlético de Madrid en cuanto el árbitro señaló el final de la eliminatoria de Copa. Pero fue producto de una crisis nerviosa, por los cuatro goles encajados y la emotividad de la remontada final de sus compañeros. Pero no por lesión.
Como he visto a Messi no recuerdo muchos casos. Los he visto llorar, sí, pero ya en la camilla, o en el vestuario. A Kubala, cuando de una violenta patada le partieron la pierna. A Miguel Angel Bustillo en su debú oficial azulgrana en el Bernabéu cuando a los ocho minutos de juego, después de marcar dos goles, De Felipe acababa con su carrera deportiva. Y he visto llorar, entre otros, a lágrima viva a Maradona cuando Goicoetxea le enseñó cómo las gastan aquí según qué defensas.
Pero hasta ayer no recuerdo ver a un jugador que, sin patada aparente, por una lesión muscular, cayera desplomado y se echara como un niño (2o años, lo que es) a llorar. Aquellos llantos de anoche traspasaron la pantalla de televisión. Era terrible, escalofriante, observar aquella escena/ aquella imagen, víctima de un ataque emocional, en el que tan sólo él, en ese instante, sabía lo que realmente estaba sucediendo. Cuando se echó la mano atrás fue un alivio para el espectador al mismo tiempo que un calvario para él. Messi sabía que era más de lo mismo.
A veces, una grave lesión, es menos inquietante que pequeñas (pero contínuas) lesiones musculares. El futbolista lo que más teme no es una gravísima lesión. Lo que más le preocupa es convertirse en un jugador-de-cristal. Esto lo temen más que nada.
Recuerdo algunos ejemplos. Me acuerdo, por ejemplo, de una de las mayores promesas que ha dado la cantera barcelonista, Antonio Gozalo, al que todos llamaban "Kubalita" que estaba llamado a ser uno de los mejores interiores del fútbol catalán y español. Pues bien: estas pequeñas lesiones, una tras otra, arruinaron su futuro deportivo. Y me acuerdo de Lluís Pujol, un goleador nato al que las lesiones musculares truncaron su paralelismo deportivo con Rexach. Como me viene también a la memoria aquel extraordinario medio uruguayo que jugó en el Valladolid y en el Zaragoza, que el Barça lo fichó como el cerebro organizador del equipo en los años sesenta, y casi no pudo jugar al convertirse en eso, en un jugador de cristal (Endériz).
Han habido otros casos, algunos de ellos por malas resoluciones quirúrgicas y/o médicas. El ejemplo más cruel fue el del barcelonista Juan Carlos Rojo, un interior de maravilla, elegido el segundo mejor jugador del mundo, tras Maradona, en el mundial juvenil de Japón. Una mala solución médica-quirúrgica-recuperatoria acabó con la gran esperanza del FCB.
Han habido, en este aspecto de las lesiones no bien curadas, otros casos sangrantes, entre ellos, el del ex seleccionador Javier Clemente al que una gravísima lesión en la Creu Alta, fruto de una entrada de Ramón de Pablo Marañón, le cortó la trayectoria deportiva cuando comenzaba a ser la gran estrella del Ahletic de Bilbao. Clemente se pasó varios años, de operación en operación, de cirujano en cirujano, y al final tuvo que arrojar la toalla.
No quiero con ésto ser agorero. Todo lo contrario. Tan sólo quiero hacer una llamada a los dirigentes del Fútbol Club Barcelona porque el "caso" Messi merece un tratamiento especial/muy especial. No se puede olvidar en ningún momento que el ilusionante delantero ha tenido un desarrollo físico desde pequeño muy complicado/atípico. Ha sufrido mucho para crecer y para fortalecer. Cuando fichó por el FCB con 13 años de edad, ya venía de Argentina soportando un tratamiento hormonal con inyecciones para corregir su problema de crecimiento. Medía menos de un metro cuarenta y precisaba de más centímetros para jugar con normalidad. A Messi, desde pequeño, se le ha forzado, y ahora, en vez de forzarlo, hay que ayudarle y ponerle en las mejores manos.
Echar la culpa a la prensa como ha hecho Carles Puyol es lo fácil, es lo demagogo. Primero que Puyol, con todo el respeto y el cariño que le profesamos, no es quién para hablar de este tema. Quienes tienen que hablar son los médicos y los dirigentes. Ni siquiera el entrenador. Y menos el secretario técnico Txiki Begiristain si es para decir la sandez que dijo. "Messi tiene que cuidarse las veinticuatro horas". Esta irresponsable frase invita a la confusión, y no está Lionel Messi en estos momentos para -encima- aguantar confusionismos.
El caso-Messi no es tampoco para que médicos y dirigentes del club, con una pasmosa frivolidad, se dediquen a pronosticar en cuantas semanas volverá a estar en condiciones de jugar. En estos momentos, lo único importante, es el jugador/la persona. Lo menos importante es si estará a punto en un mes o no. Es regresar a la irresponsabilidad.
Lo que hay que hacer con Messi es llevarlo a los mejores especialistas existentes, convocar una cumbre médica y decidir cuál es el mejor camino para su total restablecimiento. Y si hay que esperar seis meses, se espera. El tiempo necesario para que esté sano, bien y totalmente recuperado. Forzar/forzar, no es la solución por mucho que lo necesite el equipo.
Lo de Messi no es "lo de siempre". Algo tiene y algo hay que hacer. Y si la solución no está en casa, ni en Cataluña, ni en España, búsquese donde sea. Pero búsquese. Para estas cosas, sobre todo, entre otras muchas, están las directivas y los presidentes que las presiden.