lunes, 17 de diciembre de 2007

Schuster, corazón culé.

Berd Schuster se ha sacado un peso de encima: Messi. Ya no habrá que pararlo "como sea", como dijo tras aquel Barça-Getafe en que el pequeño delantero emuló a Maradona marcando un gol de época. A Schuster, como entrenador, no le gustó el pasillo que hicieron sus defensas ante el arte del argentino. A Schuster, como amante del fútbol, seguro que le gustó el gol. Porque el alemán, por encima de filias y fobias, siempre ha sido un enamorado del buen fútbol.

Otra cosa es como técnico. Y otra más distinta todavía, como entrenador del Real Madrid que es de lo que ejerce ahora. Capaz de preguntar de dónde es el árbitro que les ha dirigido. Y de alegrarse ahora de que Messi no juegue "y si tampoco lo hace Ronaldinho, mejor".

No quiere obstáculos al objetivo que se ha marcado: hacer olvidar a Capello y seguir creciendo como entrenador.

Schuster es un personaje peculiar. Y ahora, a pesar de seguir ejerciendo como socio barcelonista (hay que tener cojones), ha entrado en la lista-negra de parte de los barcelonistas. Ayer, sin ir más lejos, en TV3, ya le comparaban con Mourinho y preguntaban al pueblo quién les da más rabia, si el portugués o el teutón. Y como Mourinho está en el paro, Schuster provoca más pasiones contrarias.

Schuster, que siempre ha confesado tener un corazón barcelonista, ha tenido de por vida una relación de amor/odio con el FC Barcelona. Desde el primer día que llegó, en 1980.

La directiva de Núñez estaba locamente enamorada por su fútbol. Era un superdotado físicamente y un talento extraordinario con los pies. Sabía colocar el balón en los pies de un compañero a cincuenta metros de distancia. Y sólo tenía 20 años. Una maravilla.

Con lo que no contaba -pues no pensaba que fuera un hueso tan duro de roer- era con Gaby, su esposa, que además era la negociadora. Fue la primera mujer que se sentó ante un presidente negociando un contrato de fútbol. Y era una roca. La propia Gaby Schuster, cuando su marido tuvo un conflicto con la selección alemana (1981) se tiró al cuello del seleccionador, y escribió un artículo en el diario Express de Colonia en el que, entre otras cosas decía: "Yo me convierto en una leona cuando se comete una injusticia con mi marido".

Era una mujer de armas tomar. Cuando Núñez, Casaus o Gaspart la veían aparecer, les cambiaba el color de cara y les temblaba todo el cuerpo. Gaby era mucha Gaby. Y Bernd ( o "Bernardo" como le llamaba José María García), mucho Bernd en el campo.

La historia de Schuster con el Barça ya la conocen. En sus ocho años de vida blaugrana pasó de todo. De ser el mejor entre los mejores (incluído el Maradona azulgrana); de sufrir las más alevosas agresiones de los contrarios (por mucho que Goikoetea siempre se justifique), a arrojarle la toalla y la camiseta al entrenador Venables por sustituirle en la desgraciada final de la Copa de Europa de Sevilla. Y es que a Terry Venables, con el marcador cero a cero, no se le ocurrió otra cosa que sustituir al alemán por Moratalla cuando quedaba buena parte de la segunda mitad, más prórroga y lanzamientos de penaltys. Fue tal la indignación del alemán que no quiso quedarse en el campo y sin autorización pidió un taxi y se fue al hotel. Era lo menos malo, porque era imprevisible qué hubiera hecho con su entrenador y con quién se le pusiera delante.

"Mientras yo sea presidente, no jugará más con el Barça", sentenció Núñez. El caso acabó en los tribunales de justicia y un año sin jugar.

Pero como Schuster era mucho Schuster como futbolista, y la cola de pretendientes era interminable -aunque muchos directivos foráneos temían la negociación con Gaby- la directiva de Núñez prefirió bajarse los pantalones y decir Digo donde dijo Diego y abrirle nuevamente las puertas del vestuario y la titularidad al equipo.

Aquel caso quemó tanto que, pese a que el jugador tuvo un comportamiento intachable tendiendo la mano a la directiva en la revuelta del Motín del Hesperia en el que la plantilla solicitó la dimisión del presidente a causa de un conflicto con los contratos de imagen y Hacienda, acabó marchándose y fichando por el Real Madrid.

Cuando se presentó en el Camp Nou vestido con la camiseta blanca, le dijeron de todo y más, pero menos que a Figo. Porque a Schuster, aunque en ese momento se le odiaba por haber fichado por el gran rival, en el fondo siempre se le había admirado por su personalidad dentro y fuera del campo.

Más tarde, regresó también al Estadio con la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid. Pero ya no era lo mismo.

Los ocho años de Schuster barcelonista han pesado -pesan- mucho. En el Madrid jugó tan sólo dos años (de fábula también) y tres en el Atlético de Madrid (y Jesús Gil respetándole, que era mucho respetar).

El tiempo había cicatrizado para los barcelonistas su pasó por el madridismo. Al fin y al cabo también lo habían hecho antes uno de los pioneros (Comamala), el gran ídolo Samitier, y hasta Tejada y Evaristo, por citar otros dos ejemplos carismáticos.

Su madridismo, para los barcelonistas, ya era historia, y se volvía a considerar/querer/apreciar y hasta admirar al ex futbolista. Schuster, además, volvía a estar presente en las vidas tertulianas como un azulgrana más. Eso sí, crítico. Porque Schuster nunca se ha callado nada y si algo no le ha gustado, lo dice. En eso es como su mujer.

Su trayectoria como entrenador del clubs modestos ha sido seguida y elogiada, y siempre se especulaba con la posibilidad de que un día acabara en el banquillo barcelonista. Pero fichar por el Getafe cambió su vida y el entorno. Cuando se le ocurrió censurar a sus defensas por no impedir la galopada de Messi, Schuster ya volvió a entrar en la onda de los antibarcelonistas, y cuando el Getafe eliminó al Barça de la Copa, creció su impopularidad en sectores de la prensa que quisieran ver siempre perdedores a todos los contrarios, lo que es claro imposible.

La guinda de volver a ser un hombre odiado desde la óptica azulgrana se produce cuando decide regresar al Real Madrid como entrenador. Y además, ganar. Y preguntar a un periodista dónde ha nacido el arbitro que les ha dirigido el partido. Y encima líder, ganando partidos a "lo" Capello, pero también ganando otros a "lo" Schuster. Es decir, sin término medio. O partizado de sombrero o bostezo italiano.

Ahora, el domingo, Schuster volverá al Camp Nou, al escenario de sus grandes éxitos, con el carnet de socio barcelonista en su bolsillo y sentándose en el banquillo blanco para intentar ganar y si es posible golear al Barça.

Es bastante previsible saber como gran parte de los socios barcelonistas recibirán el domingo al socio barcelonista sentado en el banquillo blanco. Pero es más imprevisible saber como lo despedirán....y como responderá él.