sábado, 29 de diciembre de 2007

Diego Forlán. Uruguayos en España

Siempre me ha interesado todo lo relacionado con Uruguay. Esta simpatía no me viene exclusivamente por lo que ha representado el fútbol uruguayo en el mundo, que lo ha sido todo. Sus futbolistas fueron ídolos mundiales, antes y después del "maracanazo" (la tarde que Uruguay conquistó su segundo título Mundial en Río, enmudeciendo el mayor escenario del mundo). Desde Héctor Scarone -"el mago"- a Juan Alberto Schiaffino -"Pepe"-, pasando por los Gambetta o Ghiggia, fueron los grandes cromos de todos los niños del mundo.

Mi admiración y simpatía por todo lo uruguayo, viene por muchas razones. Porque recuerdo con cariño lo que fue la "Suiza de América". Por la cultura de sus ciudadanos. Por cómo se portó con todos nuestros exiliados. Empezando por la más grande de las actrices catalanas -y españolas- Margaritu Xirgu, la "noia de Molins de Rei", de la que casi saben más los uruguayos y argentinos que nosotros. Fue la actriz que popularizó el teatro de Federico García Lorca primero en España y después en América. Uno de nuestros mejores actores, Sancho Gracia -el popularísimo Curro Jiménez- podría escribir unas memorias hablando exclusivamente de la Xirgu, de sus escritores (desde Onetti a Benedetti ) y de Uruguay, país que acogió a su familia, él incluído .

Y naturalmente, Sancho Gracia, podría hablar de fútbol, de los grandes futbolistas que ha dado aquel país como podría escribirnos un magnífico cuento esa excelente escritora y articulista, nacida en Montevideo, apasionada del fútbol y del Barça que es Carmen Posadas.

Pero soy yo -que sé mucho menos y escribo peor- quien va a hablar. Y todo viene a cuento por los éxitos que está logrando un delantero, Diego Forlán, el goleador adquirido por el Atlético de Madrid con el dinero ingresado por la venta de Fernando Torres a Liverpool, en una operación que ha salido redonda a todas partes.

Diego Forlán, hijo del gran Pablo Forlán, al que yo de muy joven tuve oportunidad de ver jugar en el Camp Nou con Peñarol, desde que llegó a España se dejó sentir. Fue un acierto del "submarino amarillo" su fichaje del Manchester United cosa que lo demuestra el hecho que Alex Ferguson ha reconocido posteriormente como uno de sus mayores errores el no retenerlo.

Sólo llegar a nuestro fútbol, Forlán se convirtió en el primer uruguayo que conquistaba un "pichichi" en la historia de nuestra liga. Veinticinco goles marcó en esa campaña (04-05) y además, para mayor inri, ese galardón se lo arrebató a su gran rival -Etoo- en el propio Camp Nou, en una de sus grandes tardes, en que Villarreal empató a tres con el Barcelona de Ronaldinho -el de Ronaldinho, Ronaldinho- y Etoo, con tres goles del ariete uruguayo. Aquella tarde, entre gol y gol de Forlán, Etoo bajaba a maldecir a su defensa y al portero. Sabía, a una jornada del final del campeonato, que el uruguayo le había arrebatado el título.

Desde aquella imborrable tarde del uruguayo, siempre se especuló con su posible fichaje por el Barcelona, pero siempre se habló como "suplente o recambio" del camerunés. Un error. Porque Forlán es tan bueno -o más- que el africano. Y, además, tan serio y disciplinado fuera de la cancha como dentro.

De haber fichado Forlán por el Barça, no habría sido el primero. Ya en los años veinte fichó al considerado como el mejor futbolista uruguayo de todos los tiempos: Héctor Scarone, que acababa de proclamarse campeón olímpico en París. Pero no acabó de adaptarse al club azulgrana. Llegó como "el mago" y el Barça ya tenía otro "mago" (Samitier). Se habló de incompatibilidades entre los dos y se vió -eso sí- que en los partidos que jugaron, los compañeros de equipo buscaban a Samitier y no a Scarone. Se marchó a los pocos meses. Aún fue otra vez campeón olímpico (Amsterdam) y campeón del mundo con su país.

Una pena.

Sin embargo, los grandes éxitos del fútbol uruguayo tuvieron más fuerza que "la no adaptación" de Scarone en nuestro fútbol. Y después llegaron otros. Uno, desconocido aquí, pero que fue un gran ídolo del barcelonismo en los años treinta: Enrique Fernández, un interior de fábula, capaz de hacer jugar a cualquiera. La guerra civil impidió que se disfrutara más de su juego. Años después regresó, como entrenador, y sus éxitos fueron arrolladores. Ganó dos ligas consecutivas desde el banquillo de Las Corts. Lo malo -para los barcelonistas, claro- es que después también hizo campeón al Real Madrid.

Si Enrique Fernández había triunfado como jugador y entrenador, otro uruguayo hizo diabluras en los años cincuenta. Dagoberto Moll. Lo fichó el Deportivo (de A Coruña) y fue integrante de una de las mejores delanteras que ha conocido el fútbol español: "la Orquesta Canaro", la que formaban Corcuera, Oswaldo, Franco, Tino y Moll. Era una maravilla verles jugar. No ganaron ningún título, pero llenaban los estadios. El Barça fichó a Moll y de paso en la misma operación -gracias a la habilidad de un directivo llamado Tamburini, un gran empresario textil de Sabadell- se trajo de "torna" un jovencísimo jugador llamado Luisito Suárez.

Moll no tuvo suerte en el Barça. Una gravísima lesión cortó su trayectoria deportiva. Y aunque siguió jugando (incluso en el Condal, el filial barcelonista en su paso por la Primera División) ya nunca volvió a ser lo que era. La afición barcelonista y catalana disfrutó con sus genialidades en uno de los partidos que marcaron época en aquellos años. Un amistoso entre una Selección de Barcelona y el Bolonia de Italia, equipo de moda que fue arrollado aquella noche por una delantera en la que también jugaban Kubala y Di Stéfano juntos. Fue una noche memorable en la que los focos de Las Corts iluminaron los seis goles que marcó aquella excepcional delantera.

Grandes futbolistas uruguayos han llegado a nuestro fútbol. En los años cincuenta el Real Madrid disfrutó de uno de los mejores defensas centrales que ha tenido su historia, José Emilio Santamaría, el valladar del gran Madrid-de-Di Stéfano. Santamaría lo reunía todo: calidad, técnica, elegancia, contundencia y mala leche. Era un defensa insalvable. Después fue entrenador de éxito con el Español y no le acompañó la suerte como seleccionador nacional de España en el Mundial 82, una selección tan o más atemorizada por E.T.A. que por la propia presión de ser una de las favoritas.

Casi de forma paralela a Santamaria, fichó por el Barcelona otro gran jugador uruguayo: Ramón Alberto Villaverde. Había jugado junto a Di Stéfano en Millonarios. El Barça pidió informes a Enrique Fernández sobre él. "No es ni Kubala ni Di Stéfano, pero jugará cada domingo y nunca será el peor". Ciertamente fue así. Fue un interior de trabajo oscuro, pero de gran inteligencia, y que jugó con todos los entrenadores. Estuvo nueve años de titular en el Barça y todavía no se le ha hecho justicia a su juego y rendimiento.

Hubo un ex gran portero del Valladalod, y mejor técnico todavía, José Luis Saso, que cada vez que viajaba a Uruguay se traía un as. En un viaje se trajo a varios a la vez, entre ellos, un formidable medio, Eduardo Endériz y un excepcional defensa, Julio César Benítez. Los dos jugaron y triunfaron en el Real Valladolid. Los dos jugaron y triunfaron en el Zaragoza. Y los dos ficharon por el Barça. Pero Endériz cuando llegó era ya un jugador con los "huesos de cristal". Las lesiones le impidieron la continuidad. Salía de una y entraba en otra.

Benítez fue un ídolo. En Valladolid, en Zaragoza y sobre todo en Barcelona y en el Barcelona. Y explicaré porqué "en" Barcelona, además de en el Barcelona.

Desde el primer día que debutó como azulgrana, se metió a la afición en el bolsillo. Era un jugador descomunal. Con una técnica rayando la perfección y unas facultades físicas inpresionantes. Brillaba en todos los puestos. Como lateral derecho (su habitual puesto), lateral izquierdo, medio volante, interior y hasta cuando las cosas pintaban mal, de delantero centro. Benítez fue la mayor alegría de aquellos años sesenta en que Enrique Llaudet estaba más obsesionado en sanear la economía del club y vender el viejo terreno de Las Corts, que de los títulos del equipo. El Barça, en aquella década, se conformaba siempre con ser segundo. Y si la gente no incendió el Camp Nou era porque estaba Julio César Benítez, capaz de no dejar tocar pelota a Gento -"es el hombre que mejor me ha marcado en mi vida"-, de marcar un gol de fábula, de ejecutar una falta como Kubala, o de lanzar un obús como Puskas. Benítez era todo y lo era todo.

Pero la vida se lo llevó en lo mejor de la gloria. La última vez que se alineó fue en Pasarón, en Pontevedra (24-3-68). El equipo recibió grandes críticas por haber perdido. Y el domingo, aguardaba nada menos que el Real Madrid. Pero Benítez ya no llegó al encuentro. En la víspera de ese encuentro murió. Se habló de una intoxicación de mejillones en Andorra. De un virus extraño. Nunca se aclaró su muerte. Pero todo el mundo sabía que Benítez era el dueño de la calle Tuset, conocida entonces como Tuset Street en la época de la famosa "gauche divine" de Barcelona. Benítez podía con todo en el campo y fuera de él. Uno de sus compañeros de equipo y gran amigo, el defensa Gallego podría contar su vida. Y tanto o más que el defensa andaluz, podría explicar la vida y muerte de Benítez, uno de sus mejores amigos, Salvador Dinarés, propietario entonces de "La Gran Bodega", lugar de moda en la Ciudad Condal.

Casi un cuarto de millón de personas desfilaron por el féretro instalado en el Camp Nou. Nunca, jamás, una muerte y un entierro ha conmovido tanto a los barceloneses. Murió con 27 años. En plena gloria. En lo mejor de la vida.

Benítez dejó una profunda huella en todo el fútbol español.

Han venido otros uruguayos a nuestro fútbol, con mayor o menor fortuna. Aquel técnico del que he hablado, José Luis Saso, siguió probando fortuna en la Suiza americana. Trajo a los hermanos Bergara al Real Mallorca, dos formidables jugadores que triunfaron plenamente. Ignacio, defensa lateral, lo hizo también en el Español. Era un maestro lanzando faltas. También su hermano Alberto, que como interior también alcanzó fama en el Sevilla.

El Valencia fichó a un joven delantero, Héctor Núñez, que le dió un rendimiento extraordinario durante varios años. Después ha sido un excelente entrenador. También el Valladolid (¡otra vez Saso!) se benefició de un gran central, Mario Rolando Pini que también destacó en el Mallorca y especialmente en el Sabadell de Pasieguito donde fue santo y seña del equipo durante varias temporadas.

Al igual que ocurrió con Scarone, el otro gran ídolo uruguayo que llegó a nuestro fútbol y al Barcelona, Luis Cubilla, no acabó de cuajar. Un delantero de categoría, de excelente técnica, pero quw no terminó de dar lo mucho que se esperaba de él. Lo mismo le sucedió al Valencia con Fernando Morena que, tras jugar con el Rayo y con el aval de 500 goles marcados, su paso por el Turia fue efímero. Era/fue un gran goleador, pero no acabó de adapatarse al club valencianista.


Otros, sin embargo, han sentado escuela. Para no hacer la lista interminable, citaré a Víctor Espárrago, un gran interior, gloria del Nacional, que en España además también triunfó plenamente como entrenador. Su contratación garantizaba seguridad. Estuvo en varios clubs con buena fortuna.

Mazurkiewicz llegó tarde a un Granada que fue el mejor de su historia donde triunfaba su compatriotra Montero Castillo, integrante de una de las defensas más "duras" que ha conocido el fútbol español (con Aguirre Suárez y el "Indio" Fernández), y padre del famoso internacional de la Juventus, Paolo Montero.

Si el Real Zaragoza acertó con Benítez y Endériz, aunque la fuerza de los millones le impidió retenerlos, también acertó con otros dos grandes charrúas, Ruben Sosa "El Principito", un delantero imaginativo y goleador pero que acabó en la Lazio y el Inter, y Gustavo Poyet, un trabajador infatigable, que siempre estaba donde debía estar y marcaba goles cuando debía marcarlos. Dió un gran rendimiento hasta que se lo llevó el Chelsea y continuó triunfando.

Tampoco se puede ni se debe olvidar a un jugador que pese a la modestia de los clubs en los que jugó (Cádiz, Espanyol y sobre todo varios años en el Albacete) siempre fue un elemento importante y valioso en el centro del campo: José Luis Zalazar, autor además de uno de los mejores goles de la liga española (92-93) ante el Atlético de Madrid. Un jugadorazo que mereció estar en uno de los grandes.

Y grande fue aquel pequeño pero magnífico centrocampista del Sevilla, Pablo Javier Bengoechea, extraordinario en el pase y espectacular en el lanzamiento de faltas directas. Bengoechea se fue del Sánchez Pizjuán días antes de que entrara un devaluado Maradona. En el cambio, perdió el Sevilla.

Si a Diego Forlan le está reconociendo el futbol español sus grandes dotes y virtudes, la suerte no ha querido acompañar del todo a Walter "El rifle" Pandiani, un magnífico goleador. Es evidente que ha triunfado en nuestra Liga. En el Depor dejó su sello y también en el Español (capaz de hacerle un hat trick al Real Madrid en el Bernabeu con el Español, y acabar perdiendo 4-3). Fue el máximo goleador de la Copa de la UEFA y llevó a los blanquiazules a la final ante el Sevilla. Pero el Español tenía a Tamudo y Pandiani, pese a su rentabilidad, no le era imprescindible.

Al "Rifle" le ha faltado quizás tener la suerte de fichar por un Barça, Madrid o Atlético. De características distintas a Forlán (su fuerza es la cabeza), estaríamos hablando de los dos mejores uruguayos que han llegado a nuestro fútbol en los últimos años. Aún así nos quedan tardes para poder disfrutarlos, especialmente a Forlán que continúa cabalgando hacia arriba y aún no se sabe dónde está su límite.