Te ví anoche en "El Rondo". Te escucho, a veces, en la cadena SER. Pero no te leo. Y lo que más me ha gustado siempre de tí es, precisamente, leerte. No sé que pasa con los los dueños de los diarios que se les llena la boca de rentabilizar sus productos, y lo primero que hacen es liquidar/hibernar/prejubilar a los que mejor escriben.
Todos sabemos que España es diferente, pero en ésto de respetar a los escribidores, Cataluña es igual que España. No hay sensibilidades plurinacionales. Para el que quiere escribir con un mínimo de libertad (pero mínima) tiene menos futuro que JL en la presidencia. Ya no digamos si un periodista tiene la valentía de hacer lo que dice Roberto Mancini, el entrenador del Inter: "Soy un chulo porque voy en contra de los que mandan". Aquí, con éste espíritu, ni te estrenas. Aquí, para ir tirando, para supervivir en la profesión peor pagada, tienes que hacer lo que un día confesó Luis María Ansón: "El 90 % de lo que supe lo tuve que callar". Y el diez por ciento restante disimularlo/maquillarlo.
Ser periodista/columnista/articulista ya lo puede ser cualquiera. Los medios buscan políticos/chicas monas-presentadoras y hasta cocineros. Cualquier cosa.Los diarios no quieren periodistas que quieran ser periodistas. Los dueños, o mandamases del llamado cuarto poder, quieren juntaletras o botafumeiros. No están acostumbrados a que nadie les contradiga. Quien lo hace, ya sabe la suerte que le corre. No es un mal exclusivo de la prensa. Pasa lo mismo en la televisión. En la pantalla pequeña, ni generando miles de millones un programa, tienes asegurado el futuro. Ahí tienes, sin ir más lejos, a la pareja Jorge Javier Vázquez y Carmen Alcalyde. Su "Aquí hay tomate", en cuanto se ha metido en según que charco, el consejero delegado de Telecinco, Paolo Vasile, ha tenido que salir a la luz pública para decir: "El Rey Juan Carlos no acabó con el tomate".
Pero mira, mi querido desaparecido de la última, los del corazón aún tienen un margen, un techo muy alto. En deporte, es impensable asomarse a las alturas. No te dejan ni mirar por el ojo de la cerradura. Como no seas de la cuerda del JL de turno (por poner un simple y casual ejemplo), tu cabeza huele a dinamita. Y el problema no es que ya no sólo firmes, sino que te ponen hasta peros con los Eres que cada vez más abundan. Y, por lo que dicen, abundaran todavía más.
El periodismo ha cambiado. Naturalmente, a peor. Cada año que ganamos de democracia, dos años de retroceso en libertades periodísticas. El periodista/periodista ya sabe que la televisión es peligrosa pero pensaba (ingenuamente) que los diarios eran otra cosa. Pero no. Es el mismo mundo.
Y es que todo ha cambiado brutal y malignamente. Los periódicos ya no son aquellas redacciones que olían a vino de bota, a coñac y ginebra de garrafón, a whisky de estraperlo y a tabaco malo del negro, o del auténtico tabaco rubio que nos pasaban las profesionales del oficio más antiguo del mundo, cuando los yanquis salían borrachos del Panam's de turno y la PM los devolvían dormidos al portaviones anclado en las afueras del puerto.
De aquellas redacciones, malolientas, pero repletas de gentes que sabían escribir y sabían además escribir entre líneas burlando el peso de la censura, ya no queda nada. Bueno, sí, quedan todavía algunas películas de Frank Capra que ha retratado las redacciones como siempre han soñado los redactores que se mantuvieran.
Ahora, entras en una redacción, y parece que estás en la pasarela Cibeles. Abundan los chicos/chicas-Martini. Siempre hermosamente vestidos por fuera, con una sonrisa como un buzón, dispuestos a servir al patrón o al presidente. Pero de periodistas, nada de nada. Tampoco pasa nada. Todo lo contrario. Ahora, lo que importa no es lo que se escribe. Lo que vale es una idea (aunque sea mala) para la promoción. Se cotiza más y no crea quebraderos de cabeza. Ahora, la última, la escribe cualquiera, con todos mis respetos a los "cualquiera" actuales. Pero claro, no es lo mismo. La última, para mí, ha dejado de ser la primera. Antes, sin ser tomate, tenía sal y pimienta, y al pan se le llamaba eso, pan. Encima, valía la pena leerla porque el autor era/es un gran escribidor.
Lo que no abunda en la profesión