En el diario "La Vanguardia" de hoy (11-12-07), el periodista José Martí Gómez, que siempre se ha confesado y confiesa españolista, escribe sobre el significado histórico del club. "Sufrir, destino perico". Al referirse a ese agridulce 3-3 en Zaragoza (tras ir ganando 1-3) se refiere a su alegría cuando Tamudo marcó su primer y hermoso gol, "y lleva ya algo así como tropecientos goles que parecen extraídos de la chistera de un mago, escribí en el cuaderno en el que tomo notas que debía pedir hora al fisioterapeuta para que me pusiera en buen estado las cervicales a fin de tenerlas a punto el día en el que tenga que cargar con Tamudo a hombros, reverdeciendo actos heroicos de juventud".
Y añade Martí Gómez: "Porque yo, en mi juventud, cargué a hombros al portero Piris que andaba por el metro noventa y pesaba una barbaridad. De ahí vienen mis problemas con las cervicales, aunque yo diga que la culpa es de la máquina de escribir. Cargué con Piris, un buen portero de un flojo Espanyol, celebrando un éxito del equipo".
Al éxito que se refiere fue al ascenso del Español a Primera División (62-63) en una dramática promoción ante el Mallorca. Era la primera vez que el Espanyol estaba en Segunda División. Junto al Madrid, Barcelona y Athletic, eran los únicos supervivientes en la máxima categoría desde su nacimiento en 1929.
En aquella promoción de ascenso (con desempate en Madrid resuelto con un gol con la nariz del ariete andaluz Idígoras), Piris, fue la estrella de la final. Paró lo posible, lo imposible y lo que no está escrito.
Muchas generaciones no saben probablemente quién fue, quién es, Rafael Piris. Un guardameta excepcional, nacido en un pueblo de Baleares y que se dió a conocer en el Granada con el que llegó a jugar la final de Copa ante el Barcelona.
El Español, por recomendación de Ricardo Zamora, se hizo con los servicios del cancerbero balear-granadino. Estaba llamado a ser internacional. Pero Piris no era ambicioso. Le gustaba jugar y nada más. Incluso no jugar. Eso sí. Estar siempre con el equipo, animándole, empujándole a la victoria.
Piris se encontró en el Español con otro gran guardameta, López, suplente de Carmelo en el Athletic de Bilbao muchos años. Piris le dejó vía libre a López. "No me importa chupar banquillo", comentaba. Era un hombre querido y admirado. Por la afición en el campo, y por las mujeres fuera de la cancha. Recuerdo que vivía en una pensión en la calle París, entre Villarroel y Casanova, junto a otro españolista, cedido por el Real Madrid, Santos Bedoya, que acabó triunfando en el Sevilla. Un volante de extraordinaria calidad.
Las quinceañeras les perseguían en su recorrido desde la calle a Paris hasta el campo de Sarriá que hacían diariamente a pie.
Esa temporada que el Español jugó en Segunda, López fue el titular y Piris el suplente. Pero llegó la promoción. López se lesionó. Y al guardameta suplente no le quedó otra alternativa que jugar. Y lo hizo de tal manera que conmocionó con sus paradas a todos. Fue el gran héroe del equipo a su regreso a Barcelona en esa fecha en la que Martí Gómez le llevó a hombros. Toda la afición se volcó con el guardameta y con el delantero Idígoras, autor del histórico gol.
Piris siguió en el Español en Primera División. Fue suplente del gran Carmelo (padre de Cedrún, para los más jóvenes) y jugó con Kubala y Di Stéfano de blanquiazules, algo de lo que no pueden presumir muchos futbolistas. Fue compañero y amigo de ellos. A Kubala le tuvo también de entrenador en Sarriá.
Sólo he conocido a dos guardametas en el fútbol español que no les importara ser suplentes: a Piris y a un vasco llamado Patxi Goicolea, que llegó tras triunfar en el Real Valladolid y que se quedó de suplente del gran Antoni Ramallets. Estuvo cuatro años en el Barça y hubo colas de clubs intentando hacerse con sus servicios. Pero Goicolea, al igual que Piris en el Español, era feliz con su situación en la reserva. Siempre dijo "Prefiero ser suplente de Ramallets que titular en otro equipo". Dicho y hecho.
Por cierto, Goicolea hubiera sido vecino de Piris en Barcelona si hubieran coincidido en el tiempo. Uno vivía próximo a la Diagonal (calle París) y el otro montó un negocio de tejidos cinco o seis calles más abajo (en Valencia). La industrial textil se llamó "Goicosua" porque su socio era, ni más ni menos, que un joven gallego llamado a ser estrella universal, Luisito Suárez.