Ya está. Ya lo hemos conseguido. Ya nos lo hemos cargado. Cuando menos, moralmente. Es difícil salir a jugar y ser el mejor, por muy grande que seas, después de que todo el ambiente los días antes de un Barça-Madrid esté atizándote. Y mentalizando, predisponiendo, a todo un estadio de cien mil espectadores contra tí. Esa brutal presión no hay ser que la soporte por muy indiferente que uno sea.
Antes, se iba al Camp Nou esperando ver qué genialidad, qué magia, qué maravilla nos íba a deparar el brasileño. Y si fallaba, nada pasaba. Sabían/sabíamos que en cualquier momento era capaz de hacer lo imposible. Lo que nadie, desde hace muchos años, ha sido capaz de hacer. Y él jugaba con confianza, con seguridad.
Ahora, cuando menos un gran sector, ya va dispuesto a contemplar cuándo fallará, cuándo no podrá desbordar al contrario.
Más que uno de los nuestros, parece uno de los contrarios. Hace años que no había vivido algo similar. Quizás porque en muchos años no ha habido otro jugador como él.
Muchos son felices. El ídolo, ya casi ha caído. Es como un juguete roto.
No importa, no, que sólo tenga 27 años y muchos años y fútbol por delante. Hemos fichado a Henry, mucho mayor que él y tan roto como Overmans o como Roben, y aún se le presenta como la esperanza del barcelonismo. Es increible, pero es así. Pero a Thierry Henry lo han fichado éstos, los que actualmente gobiernan. Y Ronaldinho llegó a pesar de éstos. Es la diferencia. De la misma manera que a algunos de los que mandan ahora les jode en el fondo el triunfo de Messi porque no lo han fichado ellos. Venía en la famosa mochila que, además de deudas, tambien llevaba todo ese oro que significa Messi.
Pero volvamos a Ronnie.
No es el Barça sino los que mandan en el Barça los que se han empeñado históricamente en que sus ídolos acaben mal. El Camp Nou es incapaz de emular "La cantante calva" de Ionesco o "La ratonera", de Agatha Christie que se llevan representando ininterrumpidamente medio siglo en sus respectivos escenarios, en París y Londres.
Aquí, a los cuatro días, y si el que manda no ha sido el autor que se le ha ocurrido la contratación del genio, se va a por él. Sin compasión. Son, somos, así.
Los más mayores recordamos la división de la grada entre kubalistas y suaristas. Y recordamos como se vendió -o malvendió- a Luisito Suárez, pese a que aquellos 25 millones de la época constituyeran todo un récord mundial. Pero también nos acordamos cómo se gastó más, mucho más, buscando el sucesor que no llegó.
Y no hay que ir tan lejos en el tiempo. En el 2000, Gaspart prefirió la bolsa de diez mil millones (más I.V.A.) a intentar retener a Figo, desde entonces un ilustre traidor. Pero si el portugués jugó al mejor postor -o impostor- la directiva jugó a coger la pasta y gastarla rápidamente en un lesionado y medio (Overmars y Petit). Pero lo que importaba era mover dinero. Algo, siempre se pierde por el camino.
Ahora, salvando las distancias -en favor del brasileño- ya han conseguido que la gente comience a decir que hay que venderlo, que hay que largarlo. "Que ya no jugue más", sentenció un famoso periodista la noche del partido en la cadena Ser.
Los que nunca lo han tragado (Cruyff y cía), y los que cínicamente han hecho ver que lo tragaban (Laporta/Soriano/el cuñadísimo) ya están contentos. Esperan hacer cajar y enterrar lo que queda de la primera época en que llegaron al poder, con la inestimable colaboración de algún plumilla más pendiente de los canapés del palco que de los éxitos del campo.
Éstos, que quisieron traer la Triple A y recuperar a Roger y que han pretendido hacernos creer que Henry era la nueva estrella y Abidal y Touré Yayá las otras estrellas (dos buenos jugadores, pero nada más) son los que anhelan construir un nuevo Barça sin Ronaldinho, y de paso -si pueden- sin Deco. Los quieren ver lejos, muy lejos, del Camp Nou.
Ya están contando los días que faltan para terminar la temporada, como contábamos los días que nos faltaban para quedar "lilis" y librarnos de la mili.
Ellos, los que mandan desde la abundancia (no la calidad) del Drolma, pagando los socios, con la complicidad y complacencia de una cuadrilla de propagandistas arribistas, ya han logrado mentalizar a todos que él único culpable es el brasileño. Y cuanto más lejos, mejor.
Vale. De acuerdo. Ya estamos mentalizados. Pero, y después de Ronaldinho, ¿qué?.
El Diluvio Universal.