Nos llegó un flash de la muerte de Lluís Coll Hortal. Los telediarios que yo ví no dieron un segundo de su muerte. A veces se exagera en el adios de uno. En otras, casi se silencia sus valores. El gerundense Coll (nacido en Anglés) fue un gran extremo. Una de las más firmes promesas del fútbol catalán y español. Era un fuera de serie con las dos piernas y una inteligencia fuera de lo común.
Jugando en el Girona se lo disputaron todos los grandes. Hubo incluso un pleito entre Espanyol y Barça por ver quien era el propietario de sus derechos. Pero como Balmanya era su entrenador en el Girona y había fichado por el Barça, la polémica acabó. "Nene, tú conmigo" y Don Domingo ("Mingo") se lo llevó.
En sus primeros partidos dejó boquiabiertos a todos. Por su calidad, por su templanza, por su personalidad. Fue el autor del primer penalty que se lanzó en el Camp Nou. Dos días después de la inauguración, ante el Borussia de Dortmund. Basora, Villaverde, Eulogio Martínez, Evaristo y Coll formaron el diabólico ataque.
A pesar del gran número de estrellas de aquel conjunto (Kubala, Evaristo, Eulogio Martínez, Suárez, Kocsis, Czibor, Tejada, Hermes González...) Coll lo tenía todo para hacerse con un puesto en la titularidad. Pero le faltó la suerte de los campeones. En un amistoso jugado en Olot se fracturó la tibia y el peroné. Una lesión que, entonces, retiraba a más de uno. Pero Coll se operó y levantó vuelo. Sin embargo, cesó su descubridor y protector, Balmanya, y con la llegada de Helenio Herrera pintaban bastos. El Barça, además, tenía otro joven valor en el extremo, el gallego Suco, con todas las bendiciones de "el mago". Cuando Coll tenía ya todas las papeletas para salir del Barça, jugó un amistoso en L´Hospitalet que enloqueció a HH. "Es el mejor extremo que tenemos. De aquí no se mueve".
HH comenzó a confiar en él. Unas veces como extremo derecho y otras como izquierdo. Le hizo jugar uno de los partidos más importantes de la historia de la Copa de Europa, en Inglaterra, ante el Wolverhampton, donde nadie todavía había ganado nunca. Aquella tarde, los honores fueron para Kocsis, autor de cuatro de los cinco goles de su equipo (2-5). Pero el genial fue Coll inspirador de cuatro de los cinco goles. Los "lobos" de Wolverhamton se rindieron ante el Barça, ante el húngaro y ante el catalán. Ha sido una de las mayores hazañas del Barça en el extranjero.
Aún así, ser titular en el Barça era caro. Mucha/extraordinaria competencia. ¿Quién de aquellos monstruos -Kubala, Suárez, Eulogio, Villaverde, Evaristo, Kocsis, Tejada, Czibor...- podía quedarse sin jugar...?. Sin Balmanya primero, y sin HH después, lo más cómodo era que los jóvenes Coll y Suco pagaran el precio de la no-fama.
Después de la tragedia de Berna, en la que el Barça perdió su primera oportunidad de conquistar la Copa de Europa, aterrizaron en el club LLaudet en la presidencia y Lluís Miró en el banquillo. Y buscaban, lo primero, un guardameta ante el ocaso y retirada de Ramallets. Se encapricharon del valencianista Pesudo y por el pagaron un alto precio. Millones y además Coll y Ribelles, dos valores de la cantera catalana llamados a ser mucho en el fútbol.
Al escaso tiempo de fichar por el club del Turia, un desgraciado accidente era portada de todos los medios nacionales. El ídolo valencianista Walter, un gran ariete goleador, el primer brasileño fichado por el equipo ché, a la salida del entrenamiento, en la carretera de Valencia a El Saler, se estrelló de cara con con su coche contra un camión y resultó muerto. Junto a Walter viajaban Lluis Coll y el defensa Sócrates, que salieron ilesos, pero traumatizados de por vida.
Balmanya, que dirigía al cuadro valenciano, y al año siguiente su sustituto en el banquillo, Alejandro Scopelli, lucharon por recuperar al joven y gran extremo gerundense. Pero Coll ya no era Coll, pese a que aquel Valencia iba viento en popa dirigido por su amigo Ribelles y en el que también había durísima competencia por la titularidad (el goleador Waldo, fichado para reemplazar a su compatriota Walter; Héctor Núñez, Guillot, Yosu...grandes delanteros).
Coll se quedó a mitad de camino de lo que pudo ser y no fue. Y es que a veces, la calidad, la clase, la sabiduría no es suficiente para alcanzar la gloria. Te tiene que acompañar la suerte que no siempre llega. (Recuerdo ahora a otro fenomenal extremo, Manolín Bueno, que se tiró diez años de suplente de Gento esperando que se retirare para ser titular. Pero como Gento jugó diecinueve temporadas, tuvo que emigrar antes él. Se fue al Sevilla, pero lo mejor lo había dejado en el banquillo blanco).
Lluís Coll pudo ser otro excepcional extremo. Pero no tuvo suerte y decidió, jóven todavía, dejar el fútbol. Pero la suerte le siguió sin acompañar. En plena juventud, a los cuarenta y dos años, sufrió una trombosis cerebral que le dejó recluído e inmobilizado en su casa de Anglés. Le visitaban con frecuencia ex compañeros suyos, especialmente Kubala, Biosca y Sampedro que se escapaban de vez en cuando a estar unas horas con él.
Ahora, a los setenta años, Coll, el jugador que transformó el primer penalty en el Camp Nou y el héroe de Wolverhamton junto al demoledor Kocsis, uno jugando y otro marcando, nos acaba de dejar.
Con el mismo silencio que vivió después de colgar las botas.
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miércoles, 9 de enero de 2008
martes, 11 de diciembre de 2007
Piris y Goicolea
En el diario "La Vanguardia" de hoy (11-12-07), el periodista José Martí Gómez, que siempre se ha confesado y confiesa españolista, escribe sobre el significado histórico del club. "Sufrir, destino perico". Al referirse a ese agridulce 3-3 en Zaragoza (tras ir ganando 1-3) se refiere a su alegría cuando Tamudo marcó su primer y hermoso gol, "y lleva ya algo así como tropecientos goles que parecen extraídos de la chistera de un mago, escribí en el cuaderno en el que tomo notas que debía pedir hora al fisioterapeuta para que me pusiera en buen estado las cervicales a fin de tenerlas a punto el día en el que tenga que cargar con Tamudo a hombros, reverdeciendo actos heroicos de juventud".
Y añade Martí Gómez: "Porque yo, en mi juventud, cargué a hombros al portero Piris que andaba por el metro noventa y pesaba una barbaridad. De ahí vienen mis problemas con las cervicales, aunque yo diga que la culpa es de la máquina de escribir. Cargué con Piris, un buen portero de un flojo Espanyol, celebrando un éxito del equipo".
Al éxito que se refiere fue al ascenso del Español a Primera División (62-63) en una dramática promoción ante el Mallorca. Era la primera vez que el Espanyol estaba en Segunda División. Junto al Madrid, Barcelona y Athletic, eran los únicos supervivientes en la máxima categoría desde su nacimiento en 1929.
En aquella promoción de ascenso (con desempate en Madrid resuelto con un gol con la nariz del ariete andaluz Idígoras), Piris, fue la estrella de la final. Paró lo posible, lo imposible y lo que no está escrito.
Muchas generaciones no saben probablemente quién fue, quién es, Rafael Piris. Un guardameta excepcional, nacido en un pueblo de Baleares y que se dió a conocer en el Granada con el que llegó a jugar la final de Copa ante el Barcelona.
El Español, por recomendación de Ricardo Zamora, se hizo con los servicios del cancerbero balear-granadino. Estaba llamado a ser internacional. Pero Piris no era ambicioso. Le gustaba jugar y nada más. Incluso no jugar. Eso sí. Estar siempre con el equipo, animándole, empujándole a la victoria.
Piris se encontró en el Español con otro gran guardameta, López, suplente de Carmelo en el Athletic de Bilbao muchos años. Piris le dejó vía libre a López. "No me importa chupar banquillo", comentaba. Era un hombre querido y admirado. Por la afición en el campo, y por las mujeres fuera de la cancha. Recuerdo que vivía en una pensión en la calle París, entre Villarroel y Casanova, junto a otro españolista, cedido por el Real Madrid, Santos Bedoya, que acabó triunfando en el Sevilla. Un volante de extraordinaria calidad.
Las quinceañeras les perseguían en su recorrido desde la calle a Paris hasta el campo de Sarriá que hacían diariamente a pie.
Esa temporada que el Español jugó en Segunda, López fue el titular y Piris el suplente. Pero llegó la promoción. López se lesionó. Y al guardameta suplente no le quedó otra alternativa que jugar. Y lo hizo de tal manera que conmocionó con sus paradas a todos. Fue el gran héroe del equipo a su regreso a Barcelona en esa fecha en la que Martí Gómez le llevó a hombros. Toda la afición se volcó con el guardameta y con el delantero Idígoras, autor del histórico gol.
Piris siguió en el Español en Primera División. Fue suplente del gran Carmelo (padre de Cedrún, para los más jóvenes) y jugó con Kubala y Di Stéfano de blanquiazules, algo de lo que no pueden presumir muchos futbolistas. Fue compañero y amigo de ellos. A Kubala le tuvo también de entrenador en Sarriá.
Sólo he conocido a dos guardametas en el fútbol español que no les importara ser suplentes: a Piris y a un vasco llamado Patxi Goicolea, que llegó tras triunfar en el Real Valladolid y que se quedó de suplente del gran Antoni Ramallets. Estuvo cuatro años en el Barça y hubo colas de clubs intentando hacerse con sus servicios. Pero Goicolea, al igual que Piris en el Español, era feliz con su situación en la reserva. Siempre dijo "Prefiero ser suplente de Ramallets que titular en otro equipo". Dicho y hecho.
Por cierto, Goicolea hubiera sido vecino de Piris en Barcelona si hubieran coincidido en el tiempo. Uno vivía próximo a la Diagonal (calle París) y el otro montó un negocio de tejidos cinco o seis calles más abajo (en Valencia). La industrial textil se llamó "Goicosua" porque su socio era, ni más ni menos, que un joven gallego llamado a ser estrella universal, Luisito Suárez.
Y añade Martí Gómez: "Porque yo, en mi juventud, cargué a hombros al portero Piris que andaba por el metro noventa y pesaba una barbaridad. De ahí vienen mis problemas con las cervicales, aunque yo diga que la culpa es de la máquina de escribir. Cargué con Piris, un buen portero de un flojo Espanyol, celebrando un éxito del equipo".
Al éxito que se refiere fue al ascenso del Español a Primera División (62-63) en una dramática promoción ante el Mallorca. Era la primera vez que el Espanyol estaba en Segunda División. Junto al Madrid, Barcelona y Athletic, eran los únicos supervivientes en la máxima categoría desde su nacimiento en 1929.
En aquella promoción de ascenso (con desempate en Madrid resuelto con un gol con la nariz del ariete andaluz Idígoras), Piris, fue la estrella de la final. Paró lo posible, lo imposible y lo que no está escrito.
Muchas generaciones no saben probablemente quién fue, quién es, Rafael Piris. Un guardameta excepcional, nacido en un pueblo de Baleares y que se dió a conocer en el Granada con el que llegó a jugar la final de Copa ante el Barcelona.
El Español, por recomendación de Ricardo Zamora, se hizo con los servicios del cancerbero balear-granadino. Estaba llamado a ser internacional. Pero Piris no era ambicioso. Le gustaba jugar y nada más. Incluso no jugar. Eso sí. Estar siempre con el equipo, animándole, empujándole a la victoria.
Piris se encontró en el Español con otro gran guardameta, López, suplente de Carmelo en el Athletic de Bilbao muchos años. Piris le dejó vía libre a López. "No me importa chupar banquillo", comentaba. Era un hombre querido y admirado. Por la afición en el campo, y por las mujeres fuera de la cancha. Recuerdo que vivía en una pensión en la calle París, entre Villarroel y Casanova, junto a otro españolista, cedido por el Real Madrid, Santos Bedoya, que acabó triunfando en el Sevilla. Un volante de extraordinaria calidad.
Las quinceañeras les perseguían en su recorrido desde la calle a Paris hasta el campo de Sarriá que hacían diariamente a pie.
Esa temporada que el Español jugó en Segunda, López fue el titular y Piris el suplente. Pero llegó la promoción. López se lesionó. Y al guardameta suplente no le quedó otra alternativa que jugar. Y lo hizo de tal manera que conmocionó con sus paradas a todos. Fue el gran héroe del equipo a su regreso a Barcelona en esa fecha en la que Martí Gómez le llevó a hombros. Toda la afición se volcó con el guardameta y con el delantero Idígoras, autor del histórico gol.
Piris siguió en el Español en Primera División. Fue suplente del gran Carmelo (padre de Cedrún, para los más jóvenes) y jugó con Kubala y Di Stéfano de blanquiazules, algo de lo que no pueden presumir muchos futbolistas. Fue compañero y amigo de ellos. A Kubala le tuvo también de entrenador en Sarriá.
Sólo he conocido a dos guardametas en el fútbol español que no les importara ser suplentes: a Piris y a un vasco llamado Patxi Goicolea, que llegó tras triunfar en el Real Valladolid y que se quedó de suplente del gran Antoni Ramallets. Estuvo cuatro años en el Barça y hubo colas de clubs intentando hacerse con sus servicios. Pero Goicolea, al igual que Piris en el Español, era feliz con su situación en la reserva. Siempre dijo "Prefiero ser suplente de Ramallets que titular en otro equipo". Dicho y hecho.
Por cierto, Goicolea hubiera sido vecino de Piris en Barcelona si hubieran coincidido en el tiempo. Uno vivía próximo a la Diagonal (calle París) y el otro montó un negocio de tejidos cinco o seis calles más abajo (en Valencia). La industrial textil se llamó "Goicosua" porque su socio era, ni más ni menos, que un joven gallego llamado a ser estrella universal, Luisito Suárez.
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