Leo los artículos firmados por Cruyff en "El Periódico" como antes lo hacía en "La Vanguardia". Es verdad que lunes que escribe él, en vez de dejar un euro en el kiosko, echo mano del diario en cualquier tasca. El resto de días, pago por leer. Pero cuando escribe el profeta-del-mal, no. A mí, ese, no me saca un duro. Ni me lo sacará.
Sin haber estado nunca en su circuito, le conozco bien. Y eso que los holandeses me han caído bien. Y las holandesas, mejor. En mis años jóvenes, las francesas/las suecas/y las holandesas nos enseñaron lo que las españolas nos escondían. Y si una francesa posó al mundo como Dios creó a la mujer (Brigitte Bardot), una holandesa (Sylvia Kristel) fue la primera sex-symbol de toda una generación. La icono de Emmanuelle era, además, cruyffista. Y su madre, más. Eran hinchas del Ajax, cuando el Ajax revolucionó el fútbol.
Yo, también fuí un admirador de aquel Ajax de Cruyff. Como del Benfica de Eusebio. Pero el Cruyff que conocí en el Barça, ya no era aquel delantero hambriento de goles, de fama y victorias. Yo conocí al sediento de dinero. Al pesetero. Al de sacar la máxima pasta con el mínimo esfuerzo. ¿Para qué esforzarse más si a esta parroquia -la blaugrana-con tres jugaditas se le cae la baba y ya tiene suficiente?
Se lo dije un día a Armand Carabén, el hombre que lo fichó para el Barça y el que le solucionó mil y un problemas que, algún día, les contaré. Porque antes de que Laporta se acercara a Carabén para conocer a Cruyff, yo ya conocía a los dos y tenía cierta amistad (y cariño) con el gerente barcelonista.
Comíamos de vez en cuando. "Menos en Reno, donde quieras, que ahí cualquier día ponen una bomba", me decía Carabén. Y es que entonces a Reno iba la Barcelona poderosa y los hijos del franquismo. Casi todos. Incluída parte de la directiva barcelonista a la que pertenecía Carabén. Porque no todos los directivos barcelonistas han sido siempre demócratas y contrarios al régimen. Ha habido de todo. Como ahora. Desde el sol que más calienta (Laporta) a incoloros (Soriano/Ingla)), pujolistas (Ferrer), franquistas (Echevarria), chaqeteros de colores (Sala Martin) y gentes que han estado y estarán con todos, como Murtra/Borrás/Huguet y cía.
Pero vuelvo a Carabén. En esas comidas que de vez en cuando hacíamos, muchas de ellas en el Heidelberg, la popular cervecería de Ronda Universitat, hablamos como casi siempre de Cruyff. Cumplía su segundo año en el equipo. Le dije:
-Este tío es un jeta -por Cruyff- Desde que ha fichado está viviendo de cuatro paisajes: del debú, (apoteósico ante el Granada). Del gol que le ha marcado a Reina ante el Atlético de Madrid. Del 0-5 en el Bernabéu, la gran noche de Asensi y Marcial. Y del título de Liga. Lleva ahora un año viviendo de aquéllo y del cuento. Sólo le importa la pasta, el "camel" y mirarse alguna tía cuando su mujer no le puede controlar. Punto.
Carabén que tenía un gran sentido del humor, quitaba hierro, y decía: "Ya verás como volverá a ser el que ha sido. Ahora está distraído...."
La distracción le duró tres años más. Cruyff ya no volvió a hacer nada como futbolista. Y, con sus compañeros de equipo, se fue injusto. O si se quiere, no sufientemente justos. Pero como los focos y el marketing (entonces casi desconocido) eran exclusivamente para él, el resto de jugadores quedaron a la sombra del crack. Los Sotil/Asensi/Juan Carlos/ y Marcial, jugadorazos todos ellos de sacarse el sombrero, pasaban a un segundo plano. Sobre todo, Marcial, que era el mejor. !Dios mío que cacho de jugador el rubio!. No he visto otro futbolista tan elegante y efectivo como él. Ni Laudrup, que ya es decir.
Los tres rubios de aquel equipo tenían repartidos los papeles. El holandés estaba por la caja y, de vez en cuando, por el equipo. El otro rubio (Rexach), como buen catalán, por recoger todo lo que caía, no sólo las primas, sino que todo lo que se le ponía por delante. Se fotografiaba con la Motta (Guillermina) y se encamaba -decían- con la Bárbara, la Rey. La propia vedette confesó no hace mucho que ella y Rexach estaban locamente enamorados, y nunca le había dicho que tuviera novia y estuviera a punto de casarse.
Y el tercer rubio, Marcial Pina, era el que jugaba, el que pasaba, el que asistía, el que repartía cartas a diestro y siniestro para que todos se lucieran. Y si podía, el as se lo guardaba para él, y en el primer año de Cruyff, el que más ases sacó fue Marcial. Pero su defecto es que ni era holandés, ni era catalán. Para mayor inri, venía del Espanyol y era hijo de la benemérita. Las chicas se volvían locas por él, pero los directivos comían y cenaban con Cruyff. Había cola.
Además, la prensa de la época, no publicaba nada de lo no publicable. Ni se hablaba de amoríos y menos todavía de los fallidos negocios inmobiliarios del profeta. La prensa del barcelonismo era fiel a lo que decían Carabén o Ibáñez Escofet, maestro de toda una generación de periodistas. Y además de maestro, un gran tipo. Pero a los dos (Carabén/Ibáñez Escofet) les caía la baba cada vez que veían y estaban con Cruyff. Como la Generalitat no existía, para ellos el president era Cruyff, aunque no hablara catalán.
Más tarde se sumaron a la congregación de cruyffistas, Joan Granados y Jaume Rosell, aunque éstos dos, entre plato y plato en "La puñalada" o en el "Agut", eran conscientes de que el único que mandaba en el club no era Montal, sino Cruyff, que era el que tenía la llave de la caja. Por mucho que pagaran los socios, por mucho que aumentaran los ingresos por publicidad y televisión, el principal botín era para el profeta.
Los directivos y los ejecutivos lo sabían, pero eran prisioneros de los caprichos del líder. A ellos, a los que regían la entidad les quedaban las letras y las deudas. Por eso, Ferrán Riba, el secretario general con Carabén, que era muy listo, a la primera oportunidad de poner tierra por en medio, no se lo pensó dos veces. Se fue con ell banquero Castells y si le fallaba, tenía a Samaranch en la retaguardia.
Detrás de Riba, se fue Carabén, pero era tanto lo que le ataba con el matrimonio Cruyff que siguió siendo su amigo. Pero ahora desde fuera, no desde dentro.
La prensa seguía magnificando al delantero. Y por si faltara algo, un periodista holandés, Theo Stolz, era capaz de hacer ver a los colegas lo que no habían visto. Que aquel gol en el que ni había participado en la jugada Cruyff era posible porque la defensa miraba al holandés y no miraba al resto de compañeros. Y buena parte de ellos, salían convencidos de ver lo que no habían visto. Y eso, que entonces no estaban Patsy ni TV3.
!Ay, Dios, si aquella tarde que se ganó la Liga en El Molinón, al vencer al Sporting (2-4) en vez del rubio Marcial es Cruyff el que hace las jugadas y marca los tres goles que marcó Marcial! Hoy, Oriol Bohigas, Ricard Bofill o Alfons Milá, ya le habríann hecho un parque público con el correspondiente monumento. Pero como fue Marcial...
Y hasta los telediarios de Miguel Ors, que era del Atlético de Madrid, quizás para fastidiar más a los madridistas, abrieron con Cruyff. Las jugadas y los goles de Marcial, eran secundarios.
En sus cinco años como jugador del Barça, cuatro años y medio vividos al sol, su asesor y buen amigo Jaume Roures (entonces sin un duro y hoy multimillonario) podía haber producido ya la película "Los domingos, al sol", sin tener que esperar tantos años a hacer "Los lunes al sol" . Cruyff, pagando el Barça, era el perfecto intérprete al que no tenía que añadir ficción.
Yo, aquellos años de Cruyff jugador, los vivía intensamente. Y le veía hacer una jugada cada media hora en casa (tres en un partido) y sacar mejor que nadie los fuera de banda en campo contrario. Y cero jugadas. Pero al día siguiente, algunos de mis amigos, seguían titulando "Cruyff, magistral". Y los socios que no viajaban, a tragar.
El problema-fenómeno Cruyff es que el Barça llevaba catorce años sin ganar una Liga. Y no sólo por culpa de Plaza y Franco. Es que su juego aburría a las ovejas. El único que pudo dinamizar aquel equipo y dió algunas tardes de gloria, se murió en lo mejor de la vida, Julio César Benítez.
En esos cinco años de locura-cruyffista, él, que era más listo que todos juntos fuera del campo, convenció a Michels para que trajera a su amigo Neeskens. Lo pagó Sotil -y el Barça, claro-. Pero como el peruano era incapaz de gritar y había pasado hambre en su niñez, aceptó todo lo que le propusieron, entre otras cosas, arruinar su vida deportiva. Un año al paro era mucho para un joven azteca, con dinero en el bolsillo, y la nocturnidad barcelonesa en pleno apogeo de camareras para todos los servicios. Sotil cayó en la trampa, y el Barça se quedó sin uno de sus hombres más letales en el área. Y el único que era capaz de partirse la cara con aquellos defensas de entonces que sólo mirarlos, asustaban. Por eso duró tan poco Cruyff. No porque le pegaran, sino porque estaba acojonado.
No satisfecho con cargarse el equipo, después se cargó a uno de los mejores entrenadores que ha tenido el club: Weisweiler. Exigía mucho en los entrenamientos y en los partidos. Y al que quería exigir más era a la estrella, a quien más dinero se llevaba. Weisweiler ya le había dicho a la directiva que cualquier día lo dejaba en la suplencia. Que en los partidos de casa aún medio engañaba a la gente, pero en campo contrario jugaban siempre con diez. Ni corto ni perezoso, el técnico, agotada ya la paciencia, decidió en un partido en el Camp Nou ante el Sevilla sustituirle por uno de la cantera, Fortes. !La que se armó!. Montal no sabía donde esconderse ante las amenazas de Cruyff. "Es la última vez que este tío me cambia. Si quiere guerra, la tendrá". Y por si fuera poco lo que había vomitado se despachó con unas contundentes declaraciones: "Él o yo". Naturalmente, él se quedó y Weisweiler se tuvo que marchar.
El balance del-Cruyff-jugador-del Barça fue aterrador. Una sola Liga en cuatro años. Y una sola participación en la Copa de Europa. En esos cinco años, en la Liga marcó 47 goles, a menos de diez goles por campaña. Y de esos goles, sólo catorce en campo contrario (a casi tres por año). Eran goles multimillonarios.
(Es sintomático. Los viejos culés recuerdan varios goles de Samitier, de César, de Basora, de Kubala, de Evaristo, de Eulogio Martínez, de Luis Suárez, de Kocsis, de Schuster, de Maradona, de Rexach, de Laudrup, de Romario, de Ronaldo. Hasta de Martí Filosía. De toda la gama de acciones. De Cruyff, sólo se recuerda el que le metió a Reina, que lo han dado tres millones de veces porque no hay otro espectacular de él en ninguna videoteca.)
Cruyff, como jugador, fue una ruina. En todos los sentidos. El club quedó endeudado hasta las cejas. Y, encima, en su último año, traicionó a toda la directiva que apoyaba la candidatura de Ferrán Ariño ante Josep Lluís Núñez. Ni corto ni perezoso, en vísperas de las elecciones, Cruyff (y Rexach) se soltaron con unas declaraciones televisivas apoyando la candidatura de Núñez. Bueno, Cruyff fue más sibarita. Dijo que ya sabía a quién no iba a votar (por Ariño). Y se quedó tan ancho. Eliminado de los comicios Víctor Sagi, que era el gran favorito, los convergentes entre Ariño y Núñez no tenían duda. Querían el triunfo de Ariño. Pero Cruyff le puso la cruz, mientras se especulaba con qué le podía haber dado Núñez para cambiar la voluntad del profeta.
Ese Cruyff jugador, después de su último servicio, no al Barça, sino a Núñez, se fue por la puerta de servicio. Dejó la tesorería del club como un solar, con una deuda que el nuevo presidente calificó de "monstruosa" (por lo que cobraban los holandeses) y con los inspectores fiscales llamando sí y día también al club para ver quién pagaba lo que no había pagado el jugador.
Al cabo de los años, los mismos convergentes que siempre habían visto -y ven- por los ojos de Cruyff, quisieron "recuperar el Barça" y se inventaron una candidatura encabezada por Sixte Cambra para derribar a Núñez. La clave del éxito era fichar a Cruyff como reclamo de la candidatura. Era una estrategia bien estudiada. Pero Núñez, que como todos los del ladrillo, son más listos que nadie, se anticipó y fichó al entrenador Cruyff. No creía en él. Pero sabía que con él nuevamente ganaba las elecciones y además dejaba a los convergentes "sin entrenador electoral".
Núñez pagó a Hacienda lo que debía Cruyff y el profeta de nuevo se abrazaba al constructor y dejaba con el culo al aire a los convergentes que le habrían dado lo que pidiera y más. Si era necesario, hasta la mujer.
Este es el Johan Cruyff que viene dando lecciones de moral. Antes en "La Vanguardia" y ahora en "El Periódico". El mismo ser que no ha digerido nunca los éxitos de Ronaldinho, fichado en contra de su voluntad. Y el brasileño, en horas bajas, desde el gimnasio, o desde Bikini, ha hecho más, infinitamente más que el holandes en menos años. Pero desde el primer día lo sentenció. Como ahora comienza a señalar y amenazar a Leo Messi porque tampoco es santo de su devoción. Ya ha lanzado una amenaza por su viaje a Qatar diciendo que es inaceptable y que hay que multarlo.
Y es que a Cruyff nunca le han caído bien las estrellas, y menos si son brasileñas o argentinas. El profeta no quiere más estrellas en el firmamento que la suya. Y como sabe que treinta y cinco años después, (casi) todos siguen diciendo amén a cuanto dice o cuanto escribe (o firma), nada cambia. Él sigue en el cielo, y el resto donde podemos.
Y se queda tan ancho. Que todo se lo publican. Y le dan mil veces la razón.