Laporta y sus chicago-boys (de boys, nada) siguen equivocándose. Continúan menospreciando a los socios barcelonistas que han dado su apoyo/su firma a la moción de censura presentada por Oriol Giralt. Les parece intelectualmente una frivolidad. Esos mismos gladiadores chicaguianos que tienen tribunas en prensa/radio y televisión se suben por las paredes porque un grupo de socios han tenido (tienen) la osadía de enfrentarse al inventor de las mociones, JL. Es decir, lo que hace diez años les parecía democrático/saludable/higiénico para la vida del club, hoy es una inmoralidad, una atrocidad. ¿Cómo puede ser que unos simples socios, la mayoría no de tribuna y ninguno de palco, puedan cometer la desfachatez de poner en duda al dios-JL?
Esos chicaguianos, adictos al palco de las vanidades, indigestos de drolmas, creen que las clases populares no tienen derecho a nada. Sólo pagar la cuota de socio y callar; y, si es posible, inclinar la cabeza reverencialmente cada vez que JL y uno de su séquito pasa por delante de ellos.
Pues no. El culto al becerro de oro se acabó.
Hace unos días apareció, entre los firmantes de la moción, una señora, una dama que nunca sale en los papeles: Roser Casaus. Su aparición pública contenía un mensaje: "voy a dar mi apoyo porque mi padre jamás habría permitido ésto". El "ésto", no era otra cosa que la bronca y el insulto que los peñistas habían recibido en L´Hospitalet por parte del Nerón barcelonista (JL).
Roser Casaus sabe, porque lo ha mamado de niña, cómo son los peñistas barcelonistas. No en vano su padre fue el gran impulsor de este extraordinario movimiento blaugrana desde hace más de medio siglo cuando desde la calle Pelai, sede entonces de la Peña Solera, comenzó a animar a los barcelonistas de toda Catalunya, de toda Europa, de todo el Mundo a que se reunieran todos aquellos que amaban el Barça. "Amar el Barça es amar Catalunya". Gracias a esa iniciativa, gracias a esa constancia, gracias a la fe que Nicolau Casaus puso en su empeño, el Barça creció socialmente y fue cuando en realidad se transformó en "més que un club".
Casaus sabía, como lo sabe su hija Roser y toda su espléndida familia, que ese era el barcelonismo puro/auténtico. El que hacía grandes esfuerzos y sacrificios por pagar la cuota de socio y por desplazarse (en autocares) desde los lugares más lejanos, sin importarles dejar de dormir por acudir a alentar al Barça aunque al día siguiente tuvieran que madrugar (o no dormir) para acudir a sus trabajos.
Esos miles de peñistas a los que Laporta abroncó y menospreció en un acto más de soberbia, de vanidad, de prepotencia, son los que ahora le devuelven la pedrada. Ya pueden salir todos los "chicaguianos intelectuales" que le rodean defendiéndole e insultando a las gentes que han firmado la moción que sigue sin saber/sin conocer lo que es el Barça.
Laporta y los suyos no tienen nada qué hacer. No es cuestión de buscar con lupa quién está detrás de la moción y dónde están los agazapados. Aquí no hay agazapados que valgan. Aquí hay, con nombres y apellidos, números de socio, domicilios, miles de barcelonistas que han dado la cara para decir "¡Basta, hasta aquí hemos llegado!". Y una de las rebeliones, con elegancia y señorío, la ha iniciado Roser Casaus en defensa de la memoria de su padre y en defensa de todos esos miles de socios-peñistas barcelonistas que a muchos de ellos les cuesta sudor y lágrimas poder pagar el carnet del club que lo es todo en su vida, el Barça, el club que representa y ha representado a todo un país en los años más duros de sus vidas y, sobre todo, de sus padres, que después de una guerra incivil, sin dinero en los bolsillos, en pleno racionamiento, y sin saber cómo, buscaban cuatro perras para seguir pagando el carnet de socio del Barça, de "su" Barça, la única seña de identidad en aquellos años de penumbra.
Estas gentes, estas grandes gentes catalanas, blaugranas, se han sentido heridas y atropelladas ante las represalias vocíferas de un presidente impresentable, de un presidente que si tuviera un mínimo de dignidad después de L´Hospitalet ya tenía que haber presentado de forma irrevocable su dimisión. Él y todo el residuo directivo que le ha apoyado y vitoreado durante éstos últimos años.
Que la moción de censura prospere es lo más normal del mundo para quienes conocen bien el barcelonismo, como ha sucedido con Roser Casaus, abanderada de este movimiento sin apenas decir nada, tan sólo firmando una papeleta, mostrando su carner de identidad y diciendo casi en voz baja: "Lo hago en memoria de mi padre porque sé que él no lo habría permitido".
Ya pueden seguir los "laporta-chicaguianos" disparando desde sus tribunas a los firmantes de esta moción desconociendo que las masas, cuando se unen, tienen más fuerza que todas las escopetas de papel y de las ondas juntas.
Esta es la mayor división del barcelonismo de su historia y esta guerra la van a ganar los que merecen ganarlas: los socios de a pie; los que siempre se han privado de muchas cosas para poder pagar el carnet que más aman, el del FC Barcelona.